05 octubre, 2011

Reflexiones sobre la evolución. Lo que nos queda por saber de Sally y Ana


Como introducción os resumo un clásico experimento de psicología:
Imaginad a dos niñas que se encuentran juntas en una habitación. Una se llama Sally y la otra Ana. Sally tiene una cesta y Ana tiene una caja. Sally además tiene una canica, la cual guarda en su cesta. A continuación Sally sale de la habitación. Mientras Sally está fuera Ana saca la canica de la cesta y la guarda en su caja. Al volver Sally ¿Dónde buscará primero su canica?

 La respuesta que, (salvo para el 80% de los que padecen del síndrome del autismo) es bastante obvia, también es obvia para los niños hasta cuatro años (y el 80% de autistas) pero desde una perspectiva muy distinta.

Los niños, hasta los cuatro años (aproximadamente), responden que Sally buscará la canica en la caja de Ana, ya que no comprenden que Sally no sepa que Ana guardó su canica en otro sitio si ellos mismos lo han visto (aunque Sally no lo viera).
A partir de los cuatro años el niño comprende que Sally, que no tiene ni idea de que la pillina de Ana ha guardado su canica en la caja, donde primero buscará es en su cesta. Hasta ese momento para el chiquillo (o chiquilla) es incomprensible que Sally no sepa que la canica esta en la caja, ¡Él mismo ha visto como Ana la guardaba allí!

La mente entre los 0 y los 4 años (y en la mayoría de autistas) aún no ha “descubierto” que el resto de las personas tienen su propia visión de las cosas, que piensan por si mismos, con todo lo que eso conlleva (que es mucho). A esto los psicólogos lo llaman “la teoría de la mente”.


Bien, pues esto me invita a reflexionar sobre un pensamiento que va y viene a mi cabeza de modo persistente. Un pensamiento que me obliga a cuestionarme hasta cierto nivel la realidad y me hace relativizar mucho las cosas (entre ellas los “problemas” de cada día). Algo que ha quitado el sueño a muchos filósofos, no sin razón:

Nosotros somos capaces de ver, desde fuera, la limitación de un niño de hasta cuatro años. Pero eso no implica que nos encontremos en el último escalón. Sabemos, a partir de los cuatro años, que Sally buscará en el cesto la canica pero... ¿qué más no estamos viendo? ¿Que límites tendrá nuestra mente de los que no somos conscientes? ¿Existen limitaciones físicas que nos impiden “ver” o comprender más allá de cierto punto? ¿Es la mente en si misma un obstáculo para poder contemplar la realidad tal y como es? ¿O estamos siendo nosotros, con el “estilo” de vida que llevamos, un obstáculo para la mente? ¿Estamos más tontos todavía de lo que creemos? (sí, la respuesta a esta última pregunta es la más sencilla)
O quizá no haya mucho más que “ver” que aquello que ahora “vemos”: ese concepto de realidad que se planta ante nuestros sentidos y sobre el que, con mayor o menor autonomía (y con menor o mayor torpeza), vamos tomando decisiones.

Todo eso me lleva a una cuestión que me interesa mucho más: ¿Qué utilidad real podría tener para nuestra especie, en términos existenciales, ver más allá?
Al fin y al cabo, lo que unos llaman naturaleza (y otros llaman de otra manera), parece que se las ha ingeniado para avanzar y evolucionar sin que nosotros tuviéramos que hacer nada (Je!, lo digo como si no formáramos parte de esa naturaleza...). ¿O ya no es así?¿Ha llegado un punto en el que nosotros tenemos que continuar el “camino evolutivo” conscientemente? Quizá ya haya llegado el momento en que la naturaleza deje de hacerlo todo por nosotros. Bastante ha hecho hasta ahora, solo hay que fijarse, por ejemplo, en lo sencillo que es reproducirse. Hemos tenido que ingeniar medidas anticonceptivas para no acabar como conejos.

En ese caso, ¿Que será mejor para la evolución, trabajar para ver más allá y comprobar que más cosas le puede estar ocultando Ana a Sally, u obsesionarse con el resultado del partido de fútbol del Domingo?

Eso sí, llegar a conclusiones similares a que la responsabilidad ahora concierna al hombre, de cara a los siguientes pasos evolutivos de la existencia, complica considerablemente las cosas (y más observando como esta el mundo...). Aunque tampoco lo tuvo fácil la naturaleza para conseguir, por ejemplo, que le creciera el cuello a la jirafa.

Juan Ramos (músico y persona)


Imagen prestada del Libro "Filipnosis" de Kevin Dutton

1 comentario:

Java86 dijo...

Muy interesante. Estupenda reflexión